La meditación ha sido una práctica ancestral que atraviesa culturas y tradiciones, diseñada no solo para alinear los meridianos energéticos, sino también para atraer lo positivo a nuestra vida. En la Kabbalah, se entiende que la meditación nos conecta con las fuerzas superiores y nos permite canalizar energías divinas, actuando como una herramienta de purificación y manifestación. Hay dos ramas principales de meditación que podemos implementar según nuestras necesidades espirituales: la meditación pasiva y la activa.
La meditación pasiva se enfoca en la relajación profunda, equilibrando cuerpo, mente y espíritu. En este estado, buscamos armonizar los chakras y liberar tensiones acumuladas, tanto emocionales como físicas. Este tipo de meditación es ideal para disolver bloqueos energéticos y generar un espacio de sanación interna. Es recomendable realizarla en la postura más cómoda para vos, siempre recordando que no debemos abusar de esta relajación. Un exceso de relajación puede hacer que nuestra energía se estanque en el plano astral, alejándonos de la realidad física.
Podés practicarla dos o tres veces por semana, preferentemente cerca de las 7 de la tarde, cuando las energías del día comienzan a calmarse. Unos 15 minutos son suficientes para entrar en ese estado de paz. Para potenciar el efecto, acompañala con una vela blanca que purifica el espacio, un vaso de agua que absorba las energías negativas, y aromas suaves que te ayuden a conectar con la naturaleza. Todo esto crea una atmósfera sagrada donde tu espíritu puede liberarse.
Por otro lado, la meditación activa es un proceso más consciente y cotidiano. Se trata de reflexionar y observarte a vos mismo mientras realizás actividades diarias como bañarte, tomar unos mates o limpiar la casa. Este tipo de meditación se enfoca en la introspección, en el análisis de tus pensamientos, deseos y caminos. Es una forma poderosa de conectar con tu alma, escuchar lo que realmente necesita y visualizar los pasos para manifestar tus deseos en el plano físico.
Lo ideal es que la practiques en cualquier momento del día, cuando te sientas en paz y libre. No hay reglas estrictas, podés hacerlo con una vela blanca encendida y un cristal, como el Lapislázuli, que te ayude a enfocar tu energía y revelar lo que está oculto en tu interior. Cuanto más frecuente sea esta práctica, más profundas serán tus reflexiones, y más claridad tendrás sobre los aspectos que necesitás transformar en tu vida.
En ambas formas de meditación, el secreto está en la constancia y en la sinceridad con vos mismo. Con cada sesión, vas desbloqueando nuevas capas de tu ser, creando un espacio para la manifestación y la sanación.