La muerte es un tránsito hacia una forma diferente de existencia, un proceso natural en el ciclo de la vida. En la tradición kabbalística, se nos enseña que estamos destinados a regresar al origen de donde vinimos, ya que la vida es solo una etapa en un viaje más amplio. Este proceso se compone de dos orígenes distintos de la muerte, cada uno de los cuales revela la complejidad de la experiencia humana.
El primer origen de la muerte ocurre cuando la energía vital comienza a disminuir su influencia sobre la neshamá (espíritu) y el ruaj (alma), llevando al nefesh (cuerpo) a perder su fuerza vital. En este caso, la materia se convierte en el factor predominante que guía al ser a la muerte, lo que puede manifestarse de diversas formas a lo largo de la vida. La conexión entre el cuerpo y el espíritu se debilita, señalando que el ciclo de vida ha llegado a su fin.
El segundo origen se presenta cuando el nefesh sufre un desequilibrio o lesión, lo que impide que pueda recibir la influencia energética necesaria desde lo alto para sustentar a la neshamá y al ruaj. Esta pérdida de conexión energética provoca la muerte, indicando que la vida ha dejado de ser sostenible.
A medida que se aproxima el momento de la muerte, la esencia humana se ve incrementada por un ruaj más elevado, lo que permite una percepción más clara de todo aquello que estuvo oculto en vida. En este instante crítico, se produce una expansión del ruaj que se distribuye por todo el cuerpo, una experiencia que muchos llaman agonía. En esta etapa, la esencia espiritual se concentra en el corazón, ya que se considera que este órgano está a salvo de los espíritus malignos que rondan el cuerpo.
La separación del ruaj es un proceso doloroso y, durante este trance, el ruaj flota entre diversas regiones espirituales, estableciendo una conexión temporal con el plano físico. La salida del ruaj se manifiesta cuando se desprende del corazón y se exhala a través de la boca en el último suspiro, marcando el fin de una vida terrenal. En este momento, el ser aparece como muerto, pero el nefesh aún permanece en él. Esta porción inferior del alma mantiene una fuerte afinidad hacia el cuerpo, lo que explica por qué tarda más en separarse, a pesar de haber sido la primera en unirse.
Una vez que el ruaj ha partido, los mazikin (espíritus malignos) se aproximan al cadáver, localizándose aproximadamente a 1.5 metros por encima de él. En este momento, el cuerpo comienza a descomponerse, lo que obliga al nefesh a retirarse, aunque no sin antes despedirse de lo que deja atrás. Así, se entiende que el alma permanece en este plano por un lapso de siete días, recorriendo los lugares y personas a quienes amó, como una última despedida.
Cuando las diversas partes del alma finalmente se separan, cada una se dirige al lugar de donde provino, encontrándose allí con otras almas similares. Este viaje puede describirse como un túnel, una experiencia común que muchas personas que han estado cerca de la muerte han relatado.
Sin embargo, uno de los mayores disturbios para los fallecidos son los mazikin. Aunque el nefesh se haya desprendido, estos espíritus malignos permanecen junto al cuerpo y pueden ser evocados. Esta conexión puede perturbar al ruaj y a la neshamá, quienes, aunque se encuentren en diferentes planos, aún tienen vínculos con el cuerpo. Este aspecto de la muerte es la base de prácticas oscuras, como el espiritismo, la brujería y la magia de cementerio, que son abiertamente prohibidas en la Torá.
Es relevante mencionar que tanto el ruaj, el nefesh como la neshamá mantienen una envoltura corporal externa después de la muerte. Aproximadamente 30 días antes del fallecimiento, las luces que envuelven al nefesh comienzan a retirarse, indicando que se inicia un proceso de desprendimiento de ruaj y neshamá.
La presencia de seres fallecidos, ángeles o demonios en el momento de la muerte es conocida como la materia sutil etérea, llamada habal de garmin. Este fenómeno puede influir en la experiencia de la muerte, creando un ambiente que varía desde lo placentero hasta lo perturbador.
Finalmente, se puede decir que la tumba representa una especie de letargo oscuro. Para el justo, esta experiencia se transforma en un dulce sueño; en cambio, para el malvado, se convierte en una oscuridad tormentosa. Todo está interconectado en el universo: la vida, la muerte y el renacimiento son partes de un ciclo continuo que trasciende la existencia física. En la Kabbalah, este ciclo no es solo un final, sino una oportunidad para el renacer y el crecimiento en nuevas dimensiones.