Distinguir entre el consejo del alma, el de un ángel y el del propio ser no es una tarea sencilla, especialmente cuando no se tiene un conocimiento profundo de los diferentes planos de conciencia. Aunque no existe una fórmula exacta que aplique en todos los casos, la Kabbalah y la sabiduría esotérica nos ofrecen ciertos parámetros que pueden ayudarnos a discernir de dónde provienen estos mensajes. Hay varios factores clave que nos brindan pistas importantes para identificar el origen de la voz interna, y aquí te comparto algunas pautas para ayudarte en este proceso.
El consejo del propio ser consciente suele manifestarse rápidamente y en un tono que resulta muy similar a nuestra propia voz interna habitual. Es la parte de nosotros que siempre está activa, ofreciendo consejos alentadores y, en muchas ocasiones, centrados en el bienestar personal inmediato. Si bien esta voz puede ser útil para fortalecernos en situaciones difíciles, también es limitada, ya que proviene de nuestra mente consciente, con sus propias influencias y filtros. Esta voz es una guía práctica, pero carece de la profundidad espiritual necesaria para un verdadero avance.
La voz del alma, por otro lado, tiene una resonancia diferente. Aunque puede sonar familiar, es más suave, más introspectiva. Es el eco de nuestro ser más profundo, esa parte conectada con nuestra verdadera esencia divina. Cuando el alma se comunica, las palabras suelen llevarnos a cuestionar lo que estamos viviendo y nos invitan a un nivel de autoconocimiento superior. No es una voz que busca respuestas rápidas ni soluciones superficiales; en cambio, su propósito es guiarnos hacia la superación personal y espiritual, hacia un crecimiento que trascienda las limitaciones del ego.
El consejo de un ángel es una experiencia distinta. Suele sentirse como algo que está fuera de nosotros, aunque lo escuchamos claramente en nuestra mente. Es una energía externa que, sin embargo, logra penetrar en nuestra conciencia. Las palabras de los ángeles están orientadas a corregir nuestras fallas y guiar nuestro camino hacia la evolución. Los ángeles son mensajeros divinos, y sus enseñanzas suelen estar centradas en elevarnos, en recordarnos nuestro propósito espiritual y en mantenernos alineados con las leyes universales. Sus mensajes pueden ser más directivos y menos emocionales, pero siempre están impregnados de Luz y verdad.
Sin embargo, la oscuridad también sabe cómo disfrazarse y susurrar a nuestro oído, buscando confundirnos. Esta voz suele alimentar la vanidad, halagar el ego y enfocarse en satisfacer los deseos del yo inferior, alejándonos de la voluntad universal. Reconocer la voz de la oscuridad es crucial, porque aunque puede sonar atractiva o convincente, siempre tiene una agenda oculta que nos aparta del camino de la Luz. Este tipo de mensajes no solo exaltan la voluntad propia, sino que buscan alejarte de tu propósito más elevado.
El verdadero secreto para distinguir la procedencia de un mensaje es el conocimiento. La Kabbalah nos enseña que todo lo que se desvíe de la Ley divina, de las enseñanzas de la Torá, tiene una connotación negativa. Este desvío puede ser el resultado del instinto animal del ser, o bien de fuerzas oscuras que intentan desequilibrarnos. Por eso, en la Kabbalah se insiste tanto en el estudio y la meditación profunda de las escrituras sagradas, ya que ellas nos brindan el marco necesario para guiarnos por la senda de la Luz. Fortalecer la mente y el espíritu mediante el conocimiento nos ayuda a discernir con claridad y evitar la confusión que puede traer la oscuridad.
El estudio no es solo una acumulación de información, sino una forma de protegernos y prepararnos para los desafíos que puedan surgir en nuestro camino espiritual. A través del conocimiento, no solo podemos identificar de dónde provienen los mensajes que recibimos, sino también evaluar su contenido con discernimiento. Así, nos aseguramos de que las decisiones que tomamos estén alineadas con la voluntad divina y no con las influencias de nuestro ego o de fuerzas externas negativas.
Aprender a escuchar, discernir y actuar con sabiduría requiere una práctica constante de autoconocimiento y un fuerte compromiso con la espiritualidad.